sábado, 18 de julio de 2009

Los Duques de Montpensier y Sevilla (3)

El círculo de personas de su entorno.

Para terminar este resumen histórico tengo que referirme a un apartado muy importante, sin el cual no se podría comprender bien el por qué de esa simbiosis Duques-Sevilla. Es el círculo de personas de los que se rodearon, muy eficientes y, además, muy integrados en la sociedad andaluza y sevillana del momento.

La primera personalidad es muy conocida: Antoine de Latour, francés, preceptor del Duque, y su hombre de confianza. Un intelectual, hispanista relevante y un consejero extraordinario. Su papel debió ser determinante, aunque en el Archivo sólo se le adivine, porque lo conservado es la parte administrativa de la Casa de los Montpensier y la labor del Sr. Latour debía ser de otro orden y muy poco burocrática. Lo que si tenemos claro es como se integra en los círculos intelectuales de Sevilla y como, desde dentro de esos círculos, debió de abrirle a los Duques muchas puertas. Detrás de restauraciones tan significativas como la del Monasterio de La Rábida, del Santuario de la Virgen de Regla en Chipiona, o de la Ermita de la Virgen de Valme en Dos Hermanas, costeadas por los Duques, adivinamos la presencia del Sr. Latour, con el interés sincero de recuperar esos hitos de la historia andaluza, pero no cabe duda que, además, le estaba poniendo la “alfombra roja” a los Duques para su inauguración. Así, en otras muchas iniciativas de Latour, vemos esa encomiable integración en nuestras tradiciones.

El segundo nombre fundamental es el de Isidro de las Cagigas, joven funcionario en los Reales Alcázares de Sevilla, donde coincide con los Duques a la llegada de éstos a la ciudad. Continuó con ellos en San Telmo hasta su muerte (1869). Se da la circunstancia de ser ya de la misma generación por edad, y que su esposa Leopolda Larraz, conecta con Luisa Fernanda y será amiga y confidente de ésta. Igualmente sucede con los hijos de ambos matrimonios. Isidro de las Cagigas es el que dirige con pulso firme todo el aparato administrativo de los Duques y, en definitiva, es su mano derecha. Un hombre muy valioso, del que no se nota su importancia mientras estuvo presente, pero cuando faltó, en los momentos claves del 68, su ausencia si que es palpable. Hasta entonces la trayectoria de los Duques en España y en Sevilla había sido impecable. Pero, en la primavera de 1868, Cagigas cayó gravemente enfermo y un año más tarde falleció. Todos los graves errores que cometió el Duque, D. Antonio de Orleáns, que invalidaron su trayectoria para optar a la Corona, se cometieron a partir de entonces. No creo que fuera una mera coincidencia.

El tercer nombre es otra vez francés: André Lecolant, que era lo que hoy llamaríamos un ingeniero agrícola. Fue el que diseñó y cuidó de todo lo relativo a los Jardines del Palacio de San Telmo y, a la vez, dirigió todas las explotaciones agrícolas de los Duques. Cualquier posible adquisición de fincas era informada previamente por el Sr. Lecolant, y, una vez adquirida, organizaba su explotación. Los capataces encargados de cada finca le informaban a él periódicamente. La elección de una persona con su perfil es la prueba clara del cambio de mentalidad que traen los Duques, ya que es la apuesta por una agricultura comercial con las nuevas tecnologías, sin olvidar el gusto refinado y señorial de poder disfrutar de unos Jardines maravillosos.

La lista la podría hacer interminable, ya que fue merito indudable de los Duques el rodearse de personas valiosas, a los que, además por su talante, se les va cogiendo cariño cuando se leen y ordenan en el Archivo sus escritos, porque se ve hacer la historia desde la misma cotidianidad de hombres y mujeres de carne y hueso. Así hablaríamos de D. Santiago de Tejada, el secretario de los Duques en Madrid, de Mr. Thiery, en Francia, de D. Rafael Esquivel Vélez, en Sanlúcar de Barrameda, de los de San Telmo, que se van sucediendo en el tiempo, Nicolás de Rute, Joaquín del Alcázar, Manuel Mª Bascones, Francisco Romero, etc.

Igualmente el círculo de mujeres es muy atractivo, aunque mucho más opaco y ágrafo. Hay que intuirlo y casi adivinarlo, pero es fundamental. Por citar algunas podemos nombrar a Dª Rosario Thiery, dama de honor, a la Marquesa de Cela, gentil-dama de la Duquesa, a Dª Matilde Trechuelo de Shelly, al aya Dª Joaquina Miranda, el ama Dª Presentación Cabrera, las nodrizas, la costurera Vicenta Carballo, y, .... por supuesto, Cecilia Bölh de Faber (“Fernán Caballero”), tan querida por los Duques y cuyo papel en el Palacio es imposible de clasificar, parece una protegida de ellos, pero es unas veces su consejera, otras veces es su asesora en temas de tradiciones, leyendas y costumbres, y otras la animadora cultural del Palacio o la mentora espiritual en la educación de los hijos de los Duques, para los que escribió pequeñas joyas en sus celebraciones más importantes. En cierta manera juega un rol muy semejante al del Sr. Latour, con el que tuvo una gran amistad, en el sentido de facilitar el arraigamiento de aquellos extraños, los Duques recién llegados, en la ciudad de Sevilla, abriéndoles puertas en determinados círculos intelectuales, que no les hubiera sido fácil de franquear.

No puedo terminar aquí esta lista de personas que trabajan o colaboran con el Palacio, sin citar a otros muy variados que reciben encargos concretos y que se convierten en pilares fundamentales de la presencia de los Duques en la Baja Andalucía. El ejemplo fundamental es el del arquitecto del Ayuntamiento de Sevilla, D. Balbino Marrón y Ranero, que trabaja para ellos en los encargos más ambiciosos, como el Palacio de San Telmo, o el de Sanlúcar o el de Castilleja. Precisamente como ilustración para esta tercera entrada en las que no estoy usando las facturas, presento un documento clave para esta historia encabezado con el nombre de este arquitecto



A su muerte le sucederá D. Juan Talavera, padre, quién continuará las obras del anterior y hará otras muy significativas como el “Costurero de la Reina”, por ejemplo.

Otro profesional es el pintor Joaquín Domínguez Bécquer, tío del poeta, profesor de Dibujo de los hijos de los Duques, que acabó siendo íntimo amigo de ellos y uno de sus mejores retratistas. La lista, ya lo he dicho, puede ser interminable: el editor Francisco Álvarez, el constructor de pianos Caetano Piazza, los abogados Diego y Narciso Suarez, el médico Antonio Serrano, Ignacio Vázquez, rico propietario e íntimo amigo, que colaboró con los Duques en muchas empresas, como la Exposición Sevillana de 1858. Igualmente personas como Narciso Bonaplata, José Mª Ibarra, Carlos Pickman, Manuel Grosso, y tantos otros, desfilan por los documentos guardados en el Archivo, sin que podamos medir el grado de amistad y de compromiso que existió entre ellos, pero probablemente hubo más de lo que en esa correspondencia oficial se deja entrever.

Pero también en este círculo de empleados y amistades nos encontramos con un antes y un después de 1868. Una razón es la que ya se ha explicado. Es el cambio de las circunstancias históricas por las que los Duques no tienen ya su residencia exclusiva en España. Las propiedades en Francia e Italia les permiten pasar largas temporadas de viaje haciendo centro en París o Bolonia, según los casos. La otra razón es el ineludible paso del tiempo. Muchas de las personas que he citado arriba pertenecen a la generación anterior de los Duques, unas han fallecido y otras por la edad se han retirado. Otras, de su misma generación, en unos tiempos en que la esperanza de vida no llegaría ni siquiera a los cincuenta años, también han fallecido, como es el caso de D. Isidro de las Cagigas y de otros.

Hay así una renovación de ese círculo y, a la vez, una reducción en su amplitud, porque en el caso de Sevilla, ya lo hemos dicho, no se reside tanto en ella y, además, reparten el tiempo entre Sanlúcar, Madrid y Sevilla cuando vienen a España. Las comunicaciones, el ferrocarril, en concreto, permiten esos desplazamientos con rapidez. De esta forma se mantiene un círculo de amistades íntimas que se separa ahora claramente del círculo del servicio de los Duques, algo que en el periodo anterior no quedaba tan claro en muchas ocasiones, como hemos visto.

Y la gran novedad es que en esta etapa un hombre nuevo va a dirigir ese personal administrativo y de servicio de la Casa de los Montpensier. Es D. Rafael Esquivel Castelló, hijo de D. Rafael Esquivel Vélez, que había sido el hombre de los Duques en Sanlúcar de Barrameda. Fallecido éste, su hijo entra al servicio de los Duques, acompañándolos al exilio en 1871. Allí en Francia va escalando posiciones dentro de ese servicio y acaba convirtiéndose en la mano derecha del Duque y quien dirija toda la administración. Tiene el lugar que había ocupado D. Isidro de las Cagigas, tal vez con mas poder o con menos rivales que pudieran hacerle sombra, es decir con más exclusividad. Pero son dos personalidades muy diferentes. Cagigas era un hombre hecho en la administración del Estado, un funcionario de élite, capaz de marcar su terreno en el Palacio (prueba de esto es que siguió viviendo en el Patio de Banderas de los Reales Alcázares hasta su muerte) y, en cambio, Rafael Esquivel se ha hecho en la del Duque y ha subido escalones por su capacidad para satisfacer las órdenes del señor. Es, en definitiva, un secretario forjado en el servicio directo de D. Antonio de Orleáns, sin más horizonte. También es muy revelador que, muerto éste, la duquesa viuda no quiso saber nada de Esquivel, hasta tal punto que el omnipresente secretario desaparece de nuestro Archivo como si nunca hubiera existido, todo lo contrario de Cagigas, que fallecido, siguió siendo una referencia viva para todos.

En conclusión, por todo lo dicho, en esta segunda etapa, a partir de 1868, la participación activa de los Duques en la vida de Sevilla se redujo bastante, con respecto a la etapa anterior. Sólo hubo un momento en que parecía que todo iba a volver a ser igual que antes. Es en los años 1877 y 1878 con la celebración de la boda de la hija, Mª de las Mercedes, con su primo Alfonso XII, pero ya sabemos como acabó esta historia y aquellas esperanzas se frustraron de raíz.

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